En la vida
existe un valor que permanece muchas veces invisible para los demás, pero que
el hombre escucha en lo hondo de su alma: es la fidelidad o traición a lo que
sentimos como un destino o una vocación a cumplir. El destino, al igual que
todo lo humano, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna
circunstancia, en un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento
pobrísimo en los confines de un imperio. Ni el amor, ni los encuentros
verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las
casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en
la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en
el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas
de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización
secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce
porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de
nuestro destino.